Aunque pretenda sentirme fuerte,
mostrar mi cara de piedra,
no lamentarme por nada,
continuar como si nada me hubiera golpeado,
no puedo evitar sentir
ese dedito,
ese dedito que escarba con fuerza,
que presiona ahí en mi pecho,
e intenta meterse,
como queriendo generar en mí un quejido, un llanto, algo...
Igual, está bien.
Supongo que me acostumbraré a vivir con él,
y hasta lo invitaré a meterse en otros lados,
que me recorra, que me pique, que me viole,
que me arranque la carne,
que termine de una vez por todas conmigo.
jueves, 8 de abril de 2010
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