viernes, 8 de abril de 2011

"La heroína empezó a cantar diciendo que había que luchar sin desánimo una y otra vez hasta lograr el triunfo.Ignatius se estremeció cuando se hizo patente la filosofía de la canción. Examinó detenidamente cómo estaba sujeta al trapecio, con la esperanza de que la cámara registrase su caída fatal al serrín que se veía al fondo, muy abajo. En el segundo coro, se unieron todos a la canción, sonriendo todos y cantando libidinosamente por el triunfo final mientras se columpiaban, aleteaban, planeaban.
_¡Oh, Dios mío!_ gritó Ignatius, incapaz ya de contenerse; las palomitas de maíz le cayeron por la camisa y se le amontonaron en los pliegues de los pantalones _¿Qué degenerado fabricó este aborto?
_Silencio_ dijo alguien detrás de él.
_ ¡Esos subnormales sonrientes! ¡Ojalá se rompieran sus cuerdas!_ Ignatius agitó las pocas palomitas que le quedaban en la última bolsa _Gracias a Dios que ha terminado la escena.
Cuando pareció iniciarse una escena de amor, se levantó de un salto del asiento y salió ruidosamente pasillo adelante hasta el bar, a por más palomitas, pero cuando regresó al asiento, las dos grandes imágenes rosadas apenas si estaban empezando a besarse.
_Seguro que tienen halitosis_ proclamó Ignatius por encima de las cabezas de los niños _ ¡No quiero ni pensar en los obscenos lugares en que habrán estado antes esas bocas!
(...)
_Oh, Dios mío, están los dos lamiendo dientes postizos y podridos, seguro."



John Kennedy Toole - La conjura de los necios

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